

Por: Lic. Laura Caballaro, especial para LVN
El conflicto entre Israel e Irán ha escalado a niveles impensados. Estados Unidos ha emitido una alerta mundial de seguridad para sus ciudadanos en el exterior, advirtiendo sobre posibles ataques, cierres de espacio aéreo y manifestaciones violentas contra intereses norteamericanos. La situación ya afecta rutas internacionales y genera un clima de paranoia global. Pero aquí, entre asados, goles y reality shows, pareciera que no pasa nada.
¿Y si pasa?
Según fuentes que no pueden ser reveladas —por seguridad—, la central nuclear de Ezeiza estaría bajo amenaza latente. La versión circula con fuerza entre ciertos círculos, aunque ningún medio se atreve a investigarlo a fondo. Las preguntas se acumulan: ¿Estamos preparados? ¿Qué protocolos existen en caso de ataque? ¿Qué sabemos, realmente, sobre la protección de nuestros puntos neurálgicos?
Desde una mirada psicológica, el fenómeno es inquietante: la negación colectiva es uno de los mecanismos de defensa más antiguos ante el trauma inminente. Cuando el miedo es demasiado grande, la mente busca refugio en lo cotidiano. Pero esa evasión tiene un precio. Porque el no querer ver, no evita que pase.
Argentina no es un país aislado. Nuestra relación diplomática con Israel, el historial de atentados terroristas impunes, y nuestra fragilidad institucional nos ponen en el mapa, nos guste o no.
El miedo es un recurso que puede inmovilizarnos o despertarnos. Y en tiempos como este, no se trata de sembrar pánico, sino de recuperar el sentido de realidad. De hacer preguntas incómodas. De mirar más allá de la pantalla y exigir respuestas. Porque la verdadera amenaza no siempre viene con bombas: muchas veces llega con el silencio.